viernes, 21 de marzo de 2014

Balcón de Gloria Eterna



Dicen que uno no muere si el corazón no olvida. Por eso Pepe no morirá nunca. Porque después de dejarnos hace ya dos años, su recuerdo sigue muy vivo en cada uno de los sevillanos y manzanilleros que tuvieron el privilegio de conocerle. 

Pepe fue ejemplo claro del inexplicable imán de Sevilla, de la capacidad de esta ciudad de enamorar a todo aquel que se posa en su regazo. Manzanillero de nacimiento, acabó en la capital hispalense en 1969, cuando empezó a regentar una de las tabernas con más solera de cuantas se encuentran en la Sevilla clásica: “Quitapesares”. Haciendo honor a su pueblo, era frecuente verlo sirviendo “cortinillas” de vino y mosto de Manzanilla detrás de la barra, a la par que conversaba alegremente con cualquiera de sus parroquianos asiduos, o con cualquiera que tuviera a bien entrar en sus dominios. Porque Pepe era así, la alegría, la solera y el arte personificados.




Llegados a este punto, todos sabrán que desde estas líneas nos referimos a nuestro querido Pepe Peregil (sobrenombre que usaría en honor a los apellidos de su abuelo, Pérez Gil), sevillano ilustre, no era ninguna sorpresa que se arrancara por cualquiera de los palos flamencos en su Taberna, porque en su cante estaba su arte. Premio otorgado por Cadena Ser en 1970 le sirvió para editar “Flamenco 70”, del mismo modo que ganó el “Saeta de Oro”. Porque la Semana Santa sevillana era algo tan sentío que Pepe no encontraba palabras para definir. Saetero emocionado, desde que se fue, la Virgen de las Aguas del Museo, al volver el Miércoles Santo ya de recogida, en esa plaza se oye una Saeta de menos, y una lágrima de más en la mejilla de la Virgen. 


Un “fifty-fifty”, entre tabernero y cantaor, que hacían un 100% de gran persona. Medalla de Oro de la ciudad de Sevilla, Pepe era el hombre de la sonrisa, de la amabilidad, del “aquí estoy para lo que haga falta”. Pepe tocaba todos los palos, y además de tabernero, cantaor, aficionado a los toros y a su Betis, en 2003 publicaría “Ocurrencias de Pepe Peregil”, libro en clave de humor en la que contaba desde su experiencia, momentos vividos en su fecundo calendario. Periodistas, deportistas, toreros, políticos, cantaores, tonadilleras, escritores, artistas… se cuentan entre sus amigos, y de los que quedan vestigios en todos y cada uno de los retratos que pueblan las paredes del Quitapesares.

Por eso, el pasado miércoles 19 de marzo, varios centenares de amigos, parroquianos, vecinos, cofrades y compañeros de barra se dieron cita en la Plaza Padre Jerónimo de Córdoba, frente a su taberna, para descubrir el monumento a su persona. Un homenaje merecido, de uno de los hombres más insignes de Sevilla, que dio a Sevilla y a su Semana Santa la potencia de la cascada de sonidos que salían de su garganta como flechas que cruzaban el aire impregnado en incienso y azahar, para poner a los pies del Señor o de la Virgen su penitente oración cantada.


Agradecer infinitamente la labor a la Asociación de Amigos de Peregil, por todo lo que han hecho para que la figura de Pepe siga velando por los sevillanos desde balcón eterno en el que se apoya para lanzar una saeta sorda al aire de nuestra ciudad. Sirvan estas humildes líneas de particular homenaje a José María Pérez Blanco, Pepe Peregil.

viernes, 14 de marzo de 2014

El Gitano de La Cava



Sevilla ha entrado de lleno en una de las épocas que más le gusta vivir. Una época en la que el dulce aroma de los primeros azahares se confunde con el del incienso y en la que los primeros rayos cálidos de sol comienzan a despedir a un invierno que da paso a la majestuosidad de Sevilla en su máxima expresión.
Estando inmersos de lleno en la Cuaresma, periodo que nos prepara para vivir la Semana Grande sevillana, no cabía esperar otra cosa, sino una entrada relacionada con nuestra Semana Mayor.  

Situándonos cronológicamente en el siglo XVI, aparecería en Triana la imagen de una virgen dentro de un pozo, a lo que todas luces parece ser que se colocó allí durante la ocupación musulmana de la ciudad. Adquirió rápidamente gran devoción entre las gentes del barrio que crearon una pequeña capilla para posteriormente conformarse una hermandad. Ya en el siglo XVII, debido a la enorme advocación que despertaba en el rey Felipe IV, se crea la Hermandad del Patrocinio, dándose en 1689 la fusión de ésta con la anteriormente mencionada, surgiendo así la Hermandad de la Sagrada Expiración de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima del Patrocinio.




Vivía por aquel entonces en La Cava (lo que hoy sería la zona de Pagés del Corro), en el asentamiento de chozas edificadas en el margen arcilloso del Guadalquivir, una importante colonia de gitanos, de entre los que destacaba un hombre de unos 30 años, de porte gallardo, hechura gitana, de manos señoriales y perfectas (debidas a la ausencia de uso en el trabajo), en definitiva, un gitano pinturero, de los de cante y fragua, virtuoso en el noble arte de tañer la guitarra y de quejíos quejumbrosos del cante jondo. Su sobrenombre, El Cachorro. De carácter desapegado, taciturno, serio y reconcentrado, a veces parecía cantar para sí, y su comportamiento evidenciaba que era preso de amores contrariados, quizás más allá del puente de barcas que atravesaba el río.

Una vez fueron aprobadas las Reglas de la Hdad. de la Expiración, era necesario dotar a la misma de una talla que representara al Señor de la Expiración, y el encargo recayó en un artista que estaba en liza en aquellos momentos, el utrerano Francisco Ruiz Gijón. Tal honor fue recibido con gozo por el artista, pero sin embargo, se exigía en exceso porque no lograba encontrar la inspiración, azuzado además por la eminente fama de imagineros como fueron Juan de Mena o Martínez Montañés. 



Apareció una noche por Triana un caballero hidalgo, de ricas vestiduras, capa de seda y jubón pomposo, que recorría los tabernuchos de La Cava bebiendo vino y aguardiente indistintamente en los vasos de estaño, con el firme propósito de encontrar a un gitano apodado “El Cachorro”, aunque sin demasiado éxito. Esto no hizo más que sospechar a los gitanos de los amoríos prohibidos del joven gitano más allá del río.
Tal fue el ensimismamiento y dedicación de Ruiz Gijón en su empeño de crear a un Cristo que expresara de forma fidedigna el momento mismo de la expiración, que cayó enfermo de unas fiebres que no hacían más que agravarse. Una noche, probablemente víctima de los delirios y desvaríos provocados por la fiebre, salió de su cama, ensilló el caballo y cruzó el puente de barcas hasta llegar al Altozano, y sin saber dónde dirigirse, acabó frente al portón de la Capilla del Patrocinio. Estando allí, pareció recobrar el sentido, dándose cuenta de lo absurdo de la situación. Pero una serie de ruidos y luces que se movían en la noche, salpicados por gritos lejanos, le sacaron de su pensamiento y se dirigió hacia la fuente de la algarabía.

Cuando llegó a las chozas de los gitanos se encontró con la tétrica escena de un hombre que se encontraba de frente a la muerte y con los últimos estertores, recostado violentamente sobre el suelo, con una espada de ricos acabados en la empuñadura clavada cerca del corazón.  Quizás fuera la sugestión de la imagen, pero el rostro del moribundo, sólo iluminado por la luz de los candiles, impactó a Ruíz Gijón, que tomó papel y carboncillo y supo plasmar de manera sublime lo que luego trasladaría a madera con los giros de su gubia, sabiendo captar el momento final de la agonía en la que con la vista nublada, el cuerpo exhala el último aliento.


Ese mismo año, Viernes Santo, saldría por primera vez en procesión la imagen del Cristo de la Expiración, y cuando los gitanos lo vieron, enmudecieron y en medio del clamor del silencio, una voz gritó “¡Es el Cachorro! ¡Es el Cristo de Triana!” 

Existe claro, otra versión de la leyenda que nos dice que el apelativo de "El Cachorro" sería derivado del uso de este término por los literatos del Siglo de Oro, haciendo referencia al "Cachorro del León de Judá". Y además, dentro de la misma leyenda del Cachorro, existe une "subleyenda" entre los sevillanos que afirma que el Cristo que procesiona el Viernes Santo, no es el original, sino que se trata de una copia y que el original se encuentra en el Cementerio de San Fernando, llevado allí tras el grave incendio de 1973. La leyenda cofradiera que corre por la ciudad, establece que el verdadero Cristo se encuentra dentro del Panteón de Aníbal González y Álvarez Ossorio, insigne arquitecto de nuestra ciudad, y lugar al que si se acercan y miran por la diminuta celosía decorativa de la puerta, podrán ver una réplica del Cristo del Cachorro, de la que afirman algunos sevillanos (a todas luces equivocadamente), que es la obra original de Ruíz Gijón.

El Cristo del Cachorro, esa pieza del barroco del siglo XVII a la que Ruíz Gijón supo insuflar vida, paradójicamente, en la que los efectos del viento en la cabellera, el enturbiamiento de la córnea y la dilatación de las pupila hicieron que se convirtiera con los años en una de las figuras más hermosas y dramáticas de los Crucificados de la Semana Santa de Sevilla.
Y esta que les hemos narrado, es una de las más bellas y románticas leyendas de nuestra Semana Santa.

  


¿Eres Dios o eres madera?
¿Eres hombre? ¿Eres cualquiera?
¿O eres solo Primavera
que Triana a su manera
no ha dejado que muriera?

miércoles, 5 de marzo de 2014

'Leatificat Juventutem Mea', en San Onofre

El objetivo de este blog, como explicabamos en el anterior post, no es otro sino el fomentar el conocimiento de la ciudad de Sevilla, de sus rincones, de su Historia, y de lo que pueda ser del interés del lector, que de un modo u otro, acabe entrando en nuestra página y quiera quedarse.

Hoy nos gustaría profundizar un poco sobre la historia de un lugar que, desgraciadamente, pasa desapercibido en demasía, aún encontrándose en pleno centro de la ciudad. Hablamos de la Capilla de Ánimas de San Onofre, situada en el lateral izquierdo de la Plaza Nueva (si le damos la espalda al Ayuntamiento), contigua al edificio de Telefónica. Es, junto al Arco del Ayuntamiento, la única muestra de arquitectura barroca que queda del antiguo Convento Casa Grande de San Francisco de Sevilla, contruído en 1268, siendo posteriormente desamortizado y, en 1840, derruído. Este convento abarcaría un importante terreno, delimitado por calles Albaredas, Carlos Cañal, Zaragoza y Joaquín Guichot, y formado por fuentes, jardines, bibliotecas, edificios auxiliares y multitud de capillas. San Onofre, era una de ellas.

En 1520, la Hermandad de las Ánimas de San Onofre, funda esta capilla con la finalidad de celebrar misas por las ánimas del purgatorio. Al atravesar la puerta y acceder a la capilla, nos encontramos con un magnífico retablo a San Onofre, encargado a Gaspar de la Cueva en el siglo XVI, aunque finalmente, la obra la culminarían el conocido escultor e imaginero Martínez Montañés, encargado de la carpintería, mientras que Pacheco se haría cargo de las pinturas que decoran el retablo. Por su parte, el Retablo Mayor, de finales del XVII, es de Bernardo Simón de Pineda, con esculturas de Pedro Roldán, destacando un amplio camarín y las columnas salomónicas.

Destacan la figura central de la "Inmaculada Concepción", así como las laterales de San Fernando y San Hermengildo. Cabría destacar también obras como el relieve de "La Trinidad", La Virgen de Guadalupe del artista mexicano Juan Correa o el retablo menor dedicado a La Candelaria, revestido de azulejos. Desde su fundación, los hermanos de las Ánimas de San Onofre, unos 40, son los propietarios de la Capilla, en la que en la actualidad, y desde el 20 de Noviembre de 2005, se creó una invisible red de más de 600 voluntarios, ajenos a palmas y méritos, y que dedican una hora semanal para que siempre haya alguien acompañando al mediador de las ánimas, lo que recibe el nombre de Adoración Eucarística Perpetua.

De ese modo, un pequeño libro establece las horas, en las que los interesados se inscriben en los huecos libres para así acompañar al Santísimo, mientras a unos metros, en siempre ajetreada Plaza Nueva, la gente es ajena a ello. Y para los amantes de lo oculto, de lo misterioso y de las leyendas, que no faltan en Sevilla, podemos también contar la leyenda que envuelve a la capilla de San Onofre.

Un joven caballero, de apellido Torres, después de llevar una vida de vilipendio, disipación y pecado, decidió enmendarse y entró como lego en la Orden de San Francisco. Cumpliendo con las más nobles funciones del convento, aprovechaba los ratos libres para abandonar su celda y rezar en el templo, aún de madrugada, cuando no lograba conciliar el sueño. Sería en una de estas noches, en las que se encontraba en la Capilla de San Onofre, cuando vio aparecer a un fraile de su misma congregación, que entraba en la Sacristía, se revestía de alba y casulla con el propósito de oficiar la misa, pero una vez en el altar frente a los bancos, depositaba el cáliz y volvía a la sacristía, de donde salía sin revestir y abandonaba la capilla.

Sucedería así varias veces más, por lo que, intrigado, dió cuentas al prior, que le aconsejó, que si volvía a verlo, se le ofreciera para auxiliarle en la celebración de la misa. Así lo haría. Se acercó la siguiente noche que lo vió y le ofreció ayuda, y el fraile, sin responder siquiera, comenzó a oficiar la misa, pero en lugar de iniciar con "leatificat juventutem mea", lo hizo con "leatificat mortem mea", por lo que nuestro fraile Torres comprendió que se trataba de una aparición. Una vez finalizada la misa, y ya en la Sacristía, el misterioso fraile se dirigió al lego diciéndole: "Muchas gracias hermano por el favor que le habéis hecho a mi alma. Soy un fraile de este convento, que por una negligencia, dejé de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y que al morir sin cumplir con mi obligación, Dios me condenó a permanecer en el purgatorio hasta que la cumpliera. Hasta ahora nadie había querido ayudarme, a pesar de que he venido cada noche de Noviembre durante más de un siglo".

Seguidamente, el fraile desapareció para siempre. Según las crónicas del propio Convento, este suceso tendría lugar en 1600, y es por ello que es una costumbre muy santa el acordarse en las oraciones de las Almas del Purgatorio, orando para que pronto se encuentren con Dios y su Santísima Madre. Hemos querido profundizar un poco en la historia y leyenda de la Capilla de San Onofre, ya que es un lugar que por su ubicación, pasa desapercibido para los sevillanos y todos los que visitan la ciudad.

Y también, hemos querido hablar un poco de este lugar, para todos aquellos curiosos que quieran saber un poco más de uno de los escenarios usados en la novela sevillana de Julio Muñoz Gijón (@Ranciosevillano en Twitter) en su novela "El asesino de la regañá", lectura más que recomendable para todo los amantes de la Sevilla clásica, y de la guasa.