Dicen
que uno no muere si el corazón no olvida. Por eso Pepe no morirá nunca. Porque
después de dejarnos hace ya dos años, su recuerdo sigue muy vivo en cada uno de
los sevillanos y manzanilleros que tuvieron el privilegio de conocerle.
Pepe
fue ejemplo claro del inexplicable imán de Sevilla, de la capacidad de esta
ciudad de enamorar a todo aquel que se posa en su regazo. Manzanillero de
nacimiento, acabó en la capital hispalense en 1969, cuando empezó a regentar
una de las tabernas con más solera de cuantas se encuentran en la Sevilla
clásica: “Quitapesares”. Haciendo honor a su pueblo, era frecuente verlo
sirviendo “cortinillas” de vino y mosto de Manzanilla detrás de la barra, a la
par que conversaba alegremente con cualquiera de sus parroquianos asiduos, o con
cualquiera que tuviera a bien entrar en sus dominios. Porque Pepe era así, la
alegría, la solera y el arte personificados.
Llegados
a este punto, todos sabrán que desde estas líneas nos referimos a nuestro
querido Pepe Peregil (sobrenombre que usaría en honor a los apellidos de su
abuelo, Pérez Gil), sevillano ilustre, no era ninguna sorpresa que se arrancara
por cualquiera de los palos flamencos en su Taberna, porque en su cante estaba
su arte. Premio otorgado por Cadena Ser en 1970 le sirvió para editar “Flamenco
70”, del mismo modo que ganó el “Saeta de Oro”. Porque la Semana Santa sevillana
era algo tan sentío que Pepe no
encontraba palabras para definir. Saetero emocionado, desde que se fue, la
Virgen de las Aguas del Museo, al volver el Miércoles Santo ya de recogida, en
esa plaza se oye una Saeta de menos, y una lágrima de más en la mejilla de la
Virgen.
Un “fifty-fifty”,
entre tabernero y cantaor, que hacían un 100% de gran persona. Medalla de Oro
de la ciudad de Sevilla, Pepe era el hombre de la sonrisa, de la amabilidad,
del “aquí estoy para lo que haga falta”. Pepe tocaba todos los palos, y además
de tabernero, cantaor, aficionado a los toros y a su Betis, en 2003 publicaría “Ocurrencias
de Pepe Peregil”, libro en clave de humor en la que contaba desde su
experiencia, momentos vividos en su fecundo calendario. Periodistas,
deportistas, toreros, políticos, cantaores, tonadilleras, escritores, artistas…
se cuentan entre sus amigos, y de los que quedan vestigios en todos y cada uno
de los retratos que pueblan las paredes del Quitapesares.
Por
eso, el pasado miércoles 19 de marzo, varios centenares de amigos,
parroquianos, vecinos, cofrades y compañeros de barra se dieron cita en la
Plaza Padre Jerónimo de Córdoba, frente a su taberna, para descubrir el
monumento a su persona. Un homenaje merecido, de uno de los hombres más
insignes de Sevilla, que dio a Sevilla y a su Semana Santa la potencia de la
cascada de sonidos que salían de su garganta como flechas que cruzaban el aire
impregnado en incienso y azahar, para poner a los pies del Señor o de la Virgen
su penitente oración cantada.
Agradecer
infinitamente la labor a la Asociación de Amigos de Peregil, por todo lo que
han hecho para que la figura de Pepe siga velando por los sevillanos desde
balcón eterno en el que se apoya para lanzar una saeta sorda al aire de nuestra
ciudad. Sirvan estas humildes líneas de particular homenaje a José María Pérez
Blanco, Pepe Peregil.
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